domingo, 3 de junio de 2012

EPÍLOGO. 5,13-21.

13Me he propuesto con esta carta que vosotros, los que prestáis adhesión a la persona del Hijo de Dios, estéis ciertos de que tenéis vida definitiva.
14Esta es la seguridad que tenemos al dirigimos a él, que si pedimos algo conforme a su designio, nos escucha; 15 y al estar ciertos de que él escucha cualquier cosa que le pidamos, estamos ciertos de que obtendremos lo que le hemos pedido.
16Si uno se da cuenta de que su hermano peca en algo que no acarrea la muerte, pida por él y le dará vida. Digo los que cometen pecados que no acarrean la muerte. Hay un pecado que acarrea la muerte; no me refiero a ése cuando digo que rece. 17Toda injusticia es pecado, pero hay pecados que no acarrean la muerte.
18 Sabemos que todo el que vive como nacido de Dios no peca; no, lo preserva el que nació de Dios, y el Malo no puede atraparlo.
19Sabemos que somos de Dios, mientras el mundo entero está en poder del Malo.
20Sabemos que ha venido el Hijo de Dios y nos ha dado entendimiento para conocer al Verdadero, y estamos con el Verdadero, estando con su Hijo, Jesús Mesías. Ese es el verdadero Dios y vida definitiva.
21Hijos, guardaos de los ídolos.

EXPLICACIÓN

13-21. Propósito de la carta: asegurar a los lectores de que la fe/adhesión a Jesús Mesías y la práctica del amor fraterno son la vida definitiva (13).

Los que son hijos de Dios y tienen la experiencia de la vida definitiva tienen la seguridad de que Dios los escucha en todo lo que contribuye a realizar su designio. La conciencia de ser escuchados es tan cierta, que lo que se pide es ya de alguna manera poseído (14-15).

Eficacia de la oración por un miembro de la propia comunidad que falla en algo, pero no abandona su compromiso de fe y amor; la oración, expresión de amor, comunica vida. El pecado que acarrea la muerte: la opción en contra del amor; no amar, sino odiar; quien tal hace se priva de la vida definitiva (3,15). Se puede orar por él, pero no es a esta oración a la que se refiere el autor (16; cf. 3,14-15). Las incoherencias del cristiano no siempre suponen el abandono de su adhesión (17).

Tres vivencias que se derivan de lo que es Dios y de la vida que ha dado a los hombres:

Primera, que Jesús, el Hijo de Dios, protege contra el pecado a los que han nacido de Dios; «el Malo», personificación de los valores del sistema injusto (cf. 3,8) (18).

Segunda: la conciencia de pertenecer a Dios, y de la oposición a los valores del mundo (19).
Tercera: conocer por medio de Jesús al verdadero Dios Jn 17,3; 6,44; 14,6; vida definitiva, cf. Jn 5,26) (20).

Sólo el Dios que Jesús revela, el que es amor y exige fraternidad, es el verdadero; ídolos, todas las falsas imágenes o concepciones de Dios que se han fabricado los hombres. Cualquier dios distinto del que se revela en Jesús, aunque se le invoque como Dios de los cristianos, es un ídolo (21). 

Testimonio en favor del Hijo. 5,6-12.

6Éste es el que pasó a través de agua y sangre, Jesús Mesías. No se sumergió en el agua solamente, sino en el agua y en la sangre, y es el Espíritu quien está dando testimonio, porque el Espíritu es la verdad. 7Son tres los que dan testimonio: 8el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres coinciden.
9Si aceptamos el testimonio humano, el testimonio de Dios tiene más fuerza; porque ése es el testimonio de Dios, que ha dejado su testimonio acerca de su Hijo.
10Quien mantiene su adhesión al Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo; quien no da fe a Dios lo deja por embustero, por negarse a dar su adhesión al testimonio que ha dejado Dios acerca de su Hijo. 11 Y éste es el contenido del testimonio: que Dios nos ha dado vida definitiva, y esta vida está en su Hijo: 12quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.

EXPLICACIÓN.

6-12. Párrafo claramente antignóstico. Jesús, el Mesías, no pasó únicamente a través del bautismo (agua), donde recibió el don de Dios, la unción del Espíritu, sino que respondió a ese don dando su vida por los hombres (sangre); el memorial de su entrega es la eucaristía. Se sumergió, implícito en la prepos. gr. en, cf. 1 Cor 10,2; la muerte, considerada como otra inmersión, cf. Mc 10,38s. El Espíritu de Dios sigue dando testimonio de que Jesús significa amor hasta el fin; el Espíritu es la verdad, cf. 4,6: «el espíritu de la verdad" (6); da su testimonio a través de los mensajes inspirados (la profecía), en el bautismo (agua) y en la eucaristía (sangre) (7-8). La adición de la Vulgata clementina sobre los tres testigos celestes, el Padre, la Palabra y el Espíritu Santo, no se halla en los códices griegos y, entre los latinos, sólo se lee en algunos códices españoles. Es probable que su origen sea africano.

Ese testimonio vivo y permanente en la comunidad tiene más fuerza que cualquier otro, pues está dado por Dios mismo (9). Pero, además, Dios da su testimonio dentro de cada uno de los fieles (10; cf. 2,20.26s), y este testimonio consiste en la experiencia de una calidad de vida (el Espíritu) que dimana de la adhesión a Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías que murió por los hombres (11-12).

Para el autor, el cristianismo no se define solamente por la experiencia interior de Dios, por la devoción o por la aspiración y el esfuerzo por una perfección interior; es una experiencia de vida y amor divino a través de Jesús, el Ungido, que transforma la conducta y se expresa necesariamente en el amor a los demás hombres. Si no se traduce en conducta, el cristianismo es espurio. 

V. DIOS ES AMOR. SOLO QUIEN AMA CONOCE A DIOS 4,7-21. VI. VICTORIA SOBRE EL MUNDO. LA VIDA. 5,1-5.

7 Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. 8El que no ama no tiene idea de Dios, porque Dios es amor.
9De este modo se manifestó entre nosotros el amor de Dios: enviando al mundo a su Hijo único para que tuviésemos vida por su medio.
10Esto define a ese amor: no el haber nosotros amado antes a Dios, sino el habernos él demostrado su amor enviando a su Hijo para que expiase nuestros pecados.
11 Amigos míos, si Dios nos ha amado así, es deber nuestro amamos unos a otros. 12 A la divinidad nadie la ha visto nunca; si nos amamos mutuamente, Dios habita en nosotros y su amor queda realizado en nosotros. I3Ésta es la señal de que habitamos en él y él en nosotros, que nos ha hecho participar de su Espíritu.
14Nosotros lo hemos contemplado y atestiguamos que el Padre envió a su Hijo al mundo para salvar al mundo.
15Si uno reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, Dios habita en él y él en Dios. 16Por nuestra parte, le hemos dado fe y conocemos el amor que Dios mantiene en nosotros. Dios es amor: quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
17Entonces queda realizado el amor en nosotros, cuando nos sentimos seguros en el momento de ser juzgados, porque lo que es él, también lo somos nosotros en este mundo. 18En el amor no existe temor; al contrario, el amor acabado echa fuera el temor, porque el temor anticipa el castigo; quien siente temor aún no está realizado en el amor.
19Podemos amar nosotros porque él nos amó primero.
20EI que diga « Yo amo a Dios» mientras odia a su hermano, es un embustero, porque quien no ama a su hermano a quien está viendo, a Dios, a quien no ve, no puede amarlo. 20Y éste es el mandamiento que recibimos de él, que quien ama a Dios ame también a su hermano.

EXPLICACIÓN.

7-21. Dios es la fuente del amor; no se puede comprender la verdadera naturaleza del amor, a menos de reconocer que su origen está más allá del hombre mismo. El amor mutuo prueba que se es hijo de Dios, porque el que ama se comporta como Dios mismo; y sólo el que tiene experiencia del amor puede conocer a Dios, que es amor (8). La afirmación Dios es amor significa que éste no es sólo un aspecto de la actitud o actividad de Dios para con el hombre, sino que en Dios el amor lo es todo, y que todo lo que hace es expresión del amor que constituye su ser. La metáfora inicial de la carta, «Dios es luz» (1,5), se corresponde con la afirmación «Dios es amor»: la luz es el amor/vida (cf. Jn 1,4) en cuanto se manifiesta («brilla»), puede ser conocido y transforma («ilumina») al hombre.

Cada uno ha podido percibir el amor de Dios, por la vida que ha recibido de Jesús (9). El amor es desinteresado y no es una mera respuesta, sino el don de sí mismo; así lo ha demostrado Dios enviando a su Hijo. No es mera respuesta, porque de hecho el hombre no había ofrecido nada a Dios, incapacitado para hacerlo por su conducta injusta, contraria y cerrada al amor, que creaba un obstáculo insuperable para recibir el amor de Dios. Éste, por propia iniciativa, envió a su Hijo para quitar el obstáculo (cf. 2,2) (10).

La respuesta al amor es amar (11), y el amor del hombre necesita ver y comprender, lo que es imposible respecto a Dios (cf. Jn 1,18). Pero el amor mutuo es la señal de que Dios está con los hombres y de que su propósito, la realización del hombre, se cumple (12). La experiencia del Espíritu da conciencia al hombre de esta presencia de Dios en él (13).

Además del testimonio interno del Espíritu, está el externo, el de los testigos presenciales de la vida de Jesús en la tierra, que ha quedado plasmado en el evangelio (Jn 1,32.34; 19,35; 21,24) y que se ha transmitido en la comunidad. El plan de Dios es salvar al mundo por medio de Jesús (Jn 3,17); para salvar, lit, «como Salvador», término helenístico equivalente al hebreo Mesías (cf. Jn 4,25.42) (14). Lo importante es reconocer que el hombre Jesús, que vivió en la historia, es el Hijo de Dios, capaz de revelar a los hombres lo que realmente es Dios. De hecho, Jesús es el que, por amor a los hombres, llegó a dar su vida, traducción en términos humanos del amor infinito e irreversible de Dios por el hombre (15). Dado que Dios es amor, el hombre que ama puede estar seguro de que está unido con Dios (16).

Los que viven la entrega a los demás hacen presente en la tierra el amor de Dios; esa sintonía con Dios elimina todo temor, y así el amor llega a su pleno desarrollo (17). Amor y temor, incompatibles (18).

El hombre puede amar porque se siente amado (19), pero no puede corresponder al amor de Dios sino a través del prójimo. Amor a Dios sin amor a los hombres es pura ilusión; a Dios, a quien no ve, cf. 4,12 (20-21).

VI. VICTORIA SOBRE EL MUNDO. LA VIDA. 5,1-5.

51Quien cree que Jesús es el Mesías ha nacido de Dios, y quien ama al que da el ser ama también a todo el que ha nacido de él.
2Ésta es la señal de que amamos a los hijos de Dios, que amamos a Dios cumpliendo sus mandamientos, 3porque amar a Dios significa cumplir sus mandamientos.
Sus mandamientos no son una carga, 4porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. 5Pues, ¿quién puede vencer al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

EXPLICACIÓN.

1-5. La fe/adhesión a Jesús-hombre como Mesías salvador es señal de haber nacido de Dios, es decir, de haber recibido su Espíritu. Se opone el autor a los que minusvaloraban la humanidad de Jesús, afirmando que «el Mesías» es una realidad celeste que descendió sobre Jesús en su bautismo y se separó de él antes de su crucifixión. La muerte del hombre Jesús, fundamento del compromiso cristiano de amor a los hombres, no tenía valor para ellos ni, por tanto, se sentían vinculados por ese compromiso.

El Espíritu instaura la relación Padre-hijo entre el hombre y Dios, y amar al Padre lleva consigo amar a todos los que a él se parecen (1).

El autor ha mostrado que el amor tiene su origen en Dios y que el amor a Dios, reflejo del que él nos tiene, se demuestra con el amor a los hermanos. Ahora considera lo mismo desde el punto de vista opuesto: tampoco es posible amar a los hermanos sin tener el amor a Dios, que se traduce en la fidelidad a su designio. Sólo ateniéndose a los mandamientos, es decir, amando como Jesús ha amado (cf. 3,23) se puede estar seguro de que el amor a los demás es verdadero (2-3a).


Esto no es difícil cuando se desprecian los valores del mundo. Tal es la victoria que da la fe/adhesión a Jesús (cf. Jn 16,33): reconociéndolo por Hijo de Dios se adoptan sus valores, contrarios a los del orden injusto (3b-5).

IV. VERDADERA Y FALSA INSPIRACIÓN. 4,1-6.

4 1 Amigos míos, no deis fe a cualquier inspiración; sometedlas a prueba para ver si vienen de Dios, pues ya han salido en el mundo muchos falsos profetas. 2Esta es la señal de la inspiración de Dios: toda inspiración que confiesa que Jesús es el Mesías venido ya en carne mortal, procede de Dios; 3y toda inspiración que no confiesa a ese Jesús no procede de Dios; eso es lo propio del anticristo. Oísteis que iba a venir, y ahora ya está en el mundo.
4Hijos, vosotros sois de Dios y ya los habéis vencido, porque el que está entre vosotros es más fuerte que el que está en el mundo. 5Ellos pertenecen al mundo, por eso hablan el lenguaje del mundo y el mundo los escucha. 6Nosotros, en cambio, somos de Dios; quien conoce a Dios nos escucha a nosotros; quien no es de Dios no nos escucha.
Con esto podemos distinguir el espíritu de la verdad del espíritu del engaño.

EXPLICACIÓN.

1-6. El Espíritu es el maestro de la comunidad (2,27), pero puede haber mensajes que se presentan como inspirados y que proceden de un espíritu falso, como en los falsos profetas (1); inspiración: el gr. pneuma puede designar un espíritu, su acción (la inspiración) o el mensaje inspirado. El Espíritu de Dios lleva a identificar a Jesús-hombre con el Mesías salvador y, en consecuencia, a continuar su actividad por el bien de la humanidad; quien niega que Jesús-hombre sea el Mesías (antimesías, anticristo) rehúsa todo compromiso (2-3; cf. 2,22).

Los destinatarios de la carta tienen la experiencia de Dios (sois de Dios) por el nuevo nacimiento y el don del Espíritu, y no se dejan engañar (los habéis vencido, cf. 2,13a) (5); los otros pertenecen al mundo, pues su religiosidad sin compromiso apoya el orden social injusto (cf. 2,15-17); como su cristianismo no se traduce en seguir a Jesús trabajando por la justicia y el bien del hombre, el mundo los acepta y los entiende (6). 

El amor/Espíritu elimina la seguridad. 3,19-24.

19De este modo sabremos que estamos de parte de la verdad y podremos apaciguar ante Dios nuestra conciencia; 20y eso aunque nuestra conciencia nos condene, pues por encima de nuestra conciencia está Dios, que lo sabe todo.

21 Amigos míos, cuando la conciencia no nos condena, sentimos confianza para dirigimos a Dios 22y obtenemos cualquier cosa que le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. 23y éste es su mandamiento: que creamos en la condición de su Hijo, Jesús Mesías, y nos amemos unos a otros como él nos dejó mandado. 24Quien cumple sus mandamientos habita 
en Dios y Dios en él; y ésta es la señal de que habita en nosotros, el Espíritu que nos ha dado.

EXPLICACIÓN.

19-24. El amor que se expresa en obras da al hombre la seguridad de estar unido a Dios, de estar de parte de la verdad. Puede sentirse interiormente tranquilo, porque Dios sabe que ese amor es verdadero y que es la actitud decisiva de la persona, a pesar de los fallos que impiden su perfecta realización (19-20; cf. 1,7).

Actitud confiada ante Dios y seguridad de que escucha (21-22); lo que le agrada, cf. Jn 8,29. Los mandamientos de Dios se reducen a uno: creer que Jesús es su Hijo y el Mesías salvador y, en consecuencia, cumplir el mandamiento que él dio (Jn 13,34) (21-23). El amor de obra mantiene unido a Dios y esta unión queda confirmada por la experiencia interior del Espíritu (24). 

Las dos opciones. 3,4-18.

4Todo el que comete pecado comete también rebeldía, porque el pecado equivale a la rebeldía. 5Como sabéis, él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado. 6Ninguno que permanece con él se da al pecado; nadie Que se da al pecado lo ha visto ni lo ha conocido.
7Hijos, que nadie os extravíe: quien practica la justicia es justo, como justo es él; 8quien comete el pecado es del Enemigo, que ha sido pecador desde el principio. Precisamente para esto se manifestó el Hijo de Dios, para deshacer las obras del Enemigo.
9Quien vive como nacido de Dios no comete pecado, porque lleva dentro la semilla de Dios; es más, porque vive como nacido de Dios, le resulta imposible pecar.
10Con esto queda patente quiénes son los hijos de Dios y quiénes los hijos del Enemigo. Quien no practica la justicia, o sea, quien no ama a su hermano, no es de Dios; 11porque el mensaje que oísteis desde el principio fue éste: que nos amemos unos a otros; 12no como Caín, que estaba de parte del Malo y asesinó a su hermano. Y ¿por qué lo asesinó? Porque sus propias acciones eran malas y las de su hermano justas.
13No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia.
14Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. No amar es quedarse en la muerte, 150diar al propio hermano es ser un asesino, y sabéis que ningún asesino lleva dentro la vida definitiva.
16Hemos comprendido lo que es el amor porque aquél entregó su vida por nosotros; ahora también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos. 17Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? 18Hijos, no amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad.

EXPLICACIÓN.

4-18. El pecado o injusticia, que consiste en impedir, reprimir o suprimir la vida en el hombre, es rebelión contra Dios (4), pues se opone al plan divino, que el hombre alcance su plenitud, e inutiliza la obra de Jesús (5). Imposible estar unido a Jesús y practicar la injusticia (6); en él no hay pecado, cf. Jn 7,18: «en él no hay injusticia».

Peligro por la doctrina de los disidentes (7-8): la conducta manifiesta el ser de la persona y muestra a quién da el hombre su adhesión profunda y qué valores inspiran su conducta. El Enemigo, gr. diabolos, «enemigo, adversario", personificación del principio inspirador del sistema injusto y opresor del hombre (cf. Jn 8,44); desde el principio, alusión a la tentación del paraíso. La obra de Jesús tendía precisamente a echar abajo el sistema injusto (8b).

Vive como nacido de Dios (9), traducción del perfecto griego, que no denota solamente el acto de nacer, sino también el influjo permanente de esa realidad en el curso de la existencia. Quien vive como hijo de Dios no comete injusticia, pues el hijo se comporta como su Padre (cf. Jn 5,19; 8,39); semilla, gr. sperma, cf. Jn 8,37: descendencia (sperma) de Abrahán.

Este criterio permite discernir más allá de las palabras (10). Si un individuo comete habitualmente obras contrarias a la justicia o al amor, está alejado de Dios. Obrar con justicia equivale a amar al hermano, y éste es el mensaje, la palabra que Dios dirige a los hombres (11). La historia de Caín es el ejemplo típico de la falta de amor. El odio del mal contra el bien lleva a toda injusticia, incluso al asesinato (12).

No se puede esperar otra cosa de la sociedad perversa; el orden opresor odia necesariamente a quien trabaja por el bien de los demás y crea una nueva relación humana (13). Pero ese amor de obra es la prueba visible de que quien lo practica posee la vida definitiva, es decir, tiene a Dios con él; es la conducta el criterio que permite establecer la autenticidad de la experiencia interior (14a). Odiar equivale a matar y a estar muerto; asesino, cf. Jn 8,44 (14b-15).


Jesús hizo comprender que amar significa entregar la propia vida para que los demás vivan (16; cf. Jn 10,11). El amor se demuestra con la solidaridad de obra (17). Exhortación (18).

III. DIOS ES PADRE. ES HIJO DE DIOS QUIEN AMA AL PRÓJIMO.. 2,29-3,3


29Si sabéis que él es justo, deducid que todo el que practica la justicia ha nacido de él.
3 1Mirad qué muestra de amor nos ha dado el Padre, que nos llamemos hijos de Dios; y de hecho lo somos. La razón de que el mundo no nos reconozca es que nunca ha conocido a Dios.
2 Amigos míos, hijos de Dios lo somos ya, aunque todavía no se ha manifestado lo que vamos a ser; pero sabemos que cuando eso se manifieste seremos semejantes a él, puesto que lo veremos como es.
3Todo el que tiene puesta en él esta esperanza se purifica, para ser puro como él lo es.

EXPLICACIÓN.

2,29-3,3. El conocimiento interior (sabéis) de lo que es Dios permite aprender de la experiencia (conoced/deducid) las características del que ha nacido de él; la primera es la práctica de la justicia (29).

Meditación sobre el «nacer de Dios» (3,1). Recuerda a los destinatarios su privilegiada condición; muestra de amor, gr. agapé, unido al verbo «dar»; de hecho explicita la fuerza del indicativo. Al mundo u orden social, que es injusto y practica la injusticia, le es imposible conocer a Dios, que es justo, y rechaza a los hijos de Dios, que practican la justicia (2,29).

Cuando eso se manifieste, se suple el sujeto implícito; llegará el momento en que se manifieste la condición divina de los hijos de Dios, pues conocer a Dios como es supone que el que lo conoce está en su mismo plano. La realidad presente justifica la esperanza del futuro; ésta incita a asemejarse a Dios todo lo posible, eliminando todo lo que desdice de un hijo de Dios (2-3). 

Los anticristos. 2,18-28.

18Hijos, es un momento decisivo. ¿No oísteis que iba a venir un anticristo? Pues mirad cuántos anticristos se han presentado: de ahí deducimos que es un momento decisivo.
19 Aunque han salido de nuestro grupo, no eran de los nuestros; si hubieran sido de los nuestros se habrían quedado con nosotros, pero así demuestran que ninguno de ellos era de los nuestros.
20 A vosotros, además, el Consagrado os confirió una unción, y todos tenéis conocimiento. 21Si os escribo no es porque no conozcáis la verdad, sino porque la conocéis y sabéis que de la verdad no sale mentira alguna.
22 ¿Quién es el embustero?, ¿quién sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ese es un anticristo, el que niega que son Padre e Hijo. 23Todo el que niega al Hijo se queda también sin el Padre; quien reconoce al Hijo tiene también al Padre.
24Por vuestra parte, permanezca con vosotros lo que aprendisteis desde el principio; si eso que aprendisteis desde el principio permanece con vosotros, también vosotros permaneceréis con el Hijo y con el Padre; 25y ésa es la vida definitiva, la promesa que él nos hizo.
26Sobre los que intentan extraviaros, basta con lo escrito. 27 Además, la unción con que él os ungió sigue con vosotros y no necesitáis otros maestros. No, como esa unción suya, que es realidad, no ilusión, os va enseñando en cada circunstancia conforme a lo que él os enseñó, permanecéis con él.
28Pues ahora, hijos, seguid con él, para que, si se manifiesta, nos sintamos seguros y no tengamos que alejamos de él, avergonzados, el día de su visita.

EXPLICACIÓN.

18-28. Segundo enemigo, los que niegan que Jesús es el Mesías; éstos son los anticristos o «antimesías», que separan al Cristo glorioso del Jesús humillado, que no siguen a Jesús en su testimonio de verdad y amor al hombre, causa del odio del mundo, que convierten a Cristo en objeto de culto sin continuar su labor liberadora. Un anticristo, lit. «el anticristo»: en gr., esta determinación indica un individuo concreto, pero no precisado (el que niega), que en casto se designa con la indeterminación.

Un momento decisivo, gr. eskhátê hôra; La falta de determinación impide referir la expresión al momento último o final (cf. Jn 6,39.40, etc.: «el último día»): el adjetivo éskhatos indica, pues, el tiempo o momento en que la opción no puede esquivarse y es de algún modo definitiva (“decisivo/crítico”); ser "último/decisivo” es la calidad propia del tiempo mesiánico, etapa final de la historia, en la que, según la concepción de Juan, los campos quedan divididos por la inevitable opción entre luz y tinieblas (d. J n 3,19-21). La creencia difusa en un «anticristo» para la época final se realiza de modo inesperado: hay muchos «anticristos» (18).

Divergencias en la comunidad; algunos la han abandonado (19). La causa profunda de la división ha sido la no aceptación del compromiso con el prójimo, según el mensaje de Jesús. El rechazo del compromiso ha cristalizado en una ideología que separa a Jesús hombre del Mesías, entidad celeste y gloriosa, que desciende sobre Jesús en el bautismo, pero lo abandona antes de la muerte infamante en cruz (cf. 4,1-6; 5,6-12).

La unción (“crisma”, como «Cristo», Ungido) que han recibido de Jesús (el Consagrado) es el Espíritu, que da la experiencia de Dios como Padre y de Jesús como Salvador. El autor no pretende instruirlos; quiere que usen el conocimiento que ya tienen para discernir entre lo que es de Dios y lo que no es (20-21).

El autor desmitifica el concepto de anticristo (22: Ése es el anticristo). Negar que Jesús-hombre es el Mesías (Ungido, Consagrado por el Espíritu) lleva consigo negar que es el Hijo de Dios (23) y que su actividad es la misma del Padre (cf. Jn 10,24.25.32.36). Se niega así la importancia de su vida histórica; quien tal hace se queda sin el verdadero Dios, el Padre, y el dios que se fabrique será un ídolo (cf. 5,21), pues es la vida y actividad de Jesús la que revela el ser de Dios (Jn 1,18; 12,45; 14,9). Que son Padre e Hijo (22), lit. «al Padre y al Hijo», refiriéndose a la relación entre ambos.

Lo que aprendisteis desde el principio es el mensaje del amor, a ejemplo de Jesús. Su práctica mantiene unidos a Jesús y al Padre, fuente de vida, y esa unión, efecto de la comunidad de Espíritu, es la vida definitiva (cf. Jn 17,3) (24-25).

El cristiano que practica el amor al prójimo posee la unción interior del Espíritu (cf. 2,20), que vivifica la enseñanza de Jesús (cf. Jn 14,26), permitiendo discernir lo verdadero de lo falso (no necesitáis otros maestros) y actuar en cada circunstancia conforme al mensaje; esto hace que el cristiano siga unido a Jesús (26-27).


Resumiendo lo dicho anteriormente, exhorta a la constancia en lo principal, la adhesión personal a Jesús (seguid unidos a él); si se manifiesta: la posible visita del Señor a la comunidad ha de identificarse con algún acontecimiento que la ponga a prueba, quizá la persecución (28); retiramos avergonzados, lit. «avergonzamos lejos/alejándonos de él»; visita, gr. parousía (sólo aquí en los escritos joaneos), que, desde el siglo II a.c., era el término usual para designar la visita de un rey o emperador a una ciudad; no hay razón para suponer que el texto hable de una llegada al fin de la historia; cf. Mc 13,26.32-37.

El mundo. 2,15-17.


15No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Quien ama al mundo no lleva dentro el amor del Padre, 16 porque de todo lo que hay en el mundo -los bajos apetitos, los ojos insaciables, la arrogancia del dinero- nada procede del Padre, procede del mundo, y el mundo pasa y su codicia también. 17En cambio, quien realiza el designio de Dios permanece para siempre.

EXPLICACIÓN.

15-17. Primero de los grandes enemigos del mensaje de Dios. Pone en guardia a los destinatarios: la vida cristiana descrita antes (12-14), basada en el amor que comunica el Padre (15), es incompatible con el mundo, es decir, con el estado de cosas creado por los hombres, basado en el egoísmo, el deseo de poseer y el lujo insultante. Los bajos apetitos, lit. «el deseo de la carne»; este último término significa en Jn el hombre débil sujeto a la muerte; pero, además, el hombre-carne, carente del Espíritu de Dios, es juguete del mal y de la ambición. El término apetitos traduce el gr. epithymia; el adjetivo bajos condensa el significado de carne. Los ojos insaciables, lit. «el deseo de los ojos». La arrogancia del dinero: el término gr. bios significa en este contexto «los medios de vida», «la fortuna». Nada de esto procede del Padre (16), el dador de vida; es decir, nada de eso procura ni acrecienta en el hombre la vida definitiva, en que consiste su realización. 

II. IDENTIDAD CRISTIANA Y SUS ENEMIGOS. Características de la comunidad cristiana. 2,12-14.

12OS digo, hijos, que vuestros pecados están cancelados por obra suya.
13OS digo, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio.
            Os digo, jóvenes, que ya habéis vencido al Malo.
14OS repito, hijos, que ya conocéis al Padre.
Os repito, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio.
Os repito, jóvenes, que sois fuertes, que el mensaje de Dios está en vosotros y que ya habéis vencido al Malo.

EXPLICACIÓN.

12-14. Os digo (12), lit. «Os escribo». Os repito (14), lit. «Os escribí», refiriéndose a las frases anteriores. Aparentemente, el autor se dirige a varios grupos dentro de la comunidad. Sin embargo, lo que de cada grupo afirma es aplicable a todos los miembros de ella y son temas que se encuentran en otros puntos de la carta. Por otra parte, se entendería una distinción entre «padres» e «hijos», pero resultaría inexplicable añadir a ella la categoría «jóvenes»; por lo demás, de estos tres apelativos solamente «hijos» (2,28; 3, 7, 18; cf. 2,18, lit. «chiquillos») se repiten en la carta; los «padres» y los «jóvenes» no vuelven a mencionarse.

Esto exige otra interpretación: la designación hijos (2,12; en 2,14, lit. «chiquillos») designa a los miembros de la comunidad en cuanto han nacido de Dios. Este origen causa, respecto al pasado, la liberación de los pecados/injusticias, obstáculo para la relación con Dios (12; cf. 1,9) y, respecto al presente, el conocimiento del Padre (cf. 2,3), es decir, la experiencia de Dios como Padre por el don del Espíritu recibido, que los constituye hijos.


Estos hijos de Dios son calificados al mismo tiempo de «padres» y de «jóvenes», doble denominación que parece estar en paralelo con la que se ha usado para el mandamiento/mensaje, que es al mismo tiempo «antiguo» y «nuevo» (2,7.8). La comunidad es «antigua» (padres), porque conoce al que existía desde el principio, el proyecto divino (cf. 1,1), realizado por primera vez en Jesús; es ·decir, su existencia entronca con lo que es anterior a toda Ley y tradición (posible alusión a la tradición judía, fundada en los «padres» patriarcas); ellos mismos son su tradición. Es al mismo tiempo «nueva» (jóvenes), porque posee un vigor, el de la fe y el Espíritu, que la hace capaz de practicar el mensaje del amor (]n 13,34), venciendo la oposición y el halago del mundo (cf. 5,4; Jn 12,31; 16,33) (13b.14c).

I. DIOS ES LUZ. VIVE EN LA LUZ QUIEN AMA AL PRÓJIMO. 1,5-2,11.

5EI anuncio que le hemos oído a él y que os manifestamos a vosotros es éste: que Dios es luz y que en él no hay tiniebla alguna.
6Si afirmamos estar unidos a él mientras nos movemos en las tinieblas, mentimos, y nuestra conducta no es auténtica. 7En cambio, si nos movemos en la luz, como él está en la luz, estamos unidos unos con otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos va limpiando de todo pecado.
8Si afirmamos no tener pecado, nosotros mismos nos extraviamos y no llevamos dentro la verdad. 9Si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, cancela nuestros pecados y nos limpia de toda injusticia.
10Si afirmamos no haber pecado nunca, dejamos a Dios por embustero y no llevamos dentro su mensaje.
21Hijos, os escribo esto para que no pequéis; pero, en caso de que uno peque, tenemos un defensor ante el Padre, Jesús, Mesías justo, 2que ha expiado nuestros pecados, y no, sólo los nuestros, sino también los del mundo entero.
3Esta es la señal de que conocemos a Dios, que cumplimos sus mandamientos. 4Quien dice: « Yo lo conozco», pero no cumple sus mandamientos, es un embustero y no lleva dentro la verdad. 5En cambio, en uno que cumple su mensaje, el amor de Dios queda realizado de veras: ésa es la señal de que estamos unidos a él; 6quien habla de habitar en él tiene que proceder como procedió Jesús.
7 Amigos míos, no os comunico un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que habéis tenido desde el principio; ese antiguo mandamiento es el mensaje que escuchasteis. 8Por otra parte, el mandamiento que os comunico es nuevo, cosa que es verdad de él y de nosotros; la prueba es que se van disipando las tinieblas y la luz verdadera ya brilla.
9Quien dice estar en la luz mientras odia a su hermano, no ha salido de las tinieblas. 10Quien ama a su hermano habita en la luz, y en la luz no se tropieza. 11 En cambio, quien odia a su hermano está en las tinieblas y camina en las tinieblas sin saber adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.

EXPLICACIÓN.

1,5-2,11. Dios es luz, sin artíc., para expresar cualidad (5). Luz, que se identifica con la vida Un 1,4: «la vida era la luz del hombre»), implica manifestación Un 1,4: «la luz brilla») y comunicación Un 1,9: «ilumina a todo hombre»). Dios se da a conocer, y en ese conocimiento revela lo que es. La segunda sentencia, que excluye de Dios todo aspecto negativo: y en él no hay tiniebla alguna, indica que la revelación es completa. Aunque sea imposible abarcar la realidad divina, dentro de la limitación humana se puede conocer lo que realmente es Dios y excluir lo que no es.

En consecuencia, la primera condición para estar unido a Dios es aceptar la comunicación divina (la luz que ilumina), que va transformando al hombre asemejándolo a Dios; si no existe esa semejanza, es falsa la unión con Dios que se afirma (6). Vivir en la luz que es la vida produce el compartir esa vida unos con otros.  

Esto no hace impecables, pero mantiene unidos a Dios, y la conciencia de pecado no domina la existencia (cf. 3,19-24) (7). Los pecados ocasionales no crean una barrera entre Dios y el hombre.

De hecho, la muerte-resurrección de Jesús ha cambiado de raíz la relación del hombre con Dios; la supresión de la Ley y el don del Espíritu como respuesta a la opción libre de! hombre (Jn 2,1-11) crea una comunión de vida con Dios, expresada en la relación Padre-hijo, que se mantiene mientras el hombre no revoque su opción.

Para formular esto el autor usa dos metáforas. La primera (ausente en el Evangelio de Juan) está tomada del sistema sacrificial judío: la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado (cf. 2,2: expía nuestros pecados). La segunda, la imagen del juicio, donde Jesús aboga en favor de los suyos (2,2: tenemos un defensor).

Según Lv 17,11, la sangre «expía» mediante la vida que se dice estar «en» la sangre. La fuerza de vida de Jesús (el Espíritu/amor) liberada por su muerte, acto supremo de amor, de los límites individuales, actúa eliminando gradualmente la injusticia de la conducta en los que dan la adhesión a Dios a través de él.

Nadie es perfectamente coherente con su compromiso cristiano, y todos han tenido parte en la injusticia del mundo (tener pecado) (8); en quien lo reconoce, Dios no sólo cancela el pasado pecador, sino que elimina la injusticia interior, que vicia la relación con Dios y con los hombres (cf. Jr 40,8); fiel, porque cumple sus promesas; justo, porque no tolera la injusticia y ayuda a salir de ella (9). Los disidentes que proclaman ser y haber sido impecables niegan la necesidad de salvación (cf. Jn 8,37) (10).

Confianza del autor (2,1: Hijos, lit. «hijitos»). Actuar injustamente o hacer daño a otros no se compagina con la vida cristiana (para que no pequéis), pero, en todo caso, el perdón está asegurado (2,1-2) para los que viven en la luz (cf. 1,7), es decir, para los que mantienen la opción. Defensor, sentido del gr. parakletos en contexto judicial; cf. Jn 14,16,26; 15,26; 16,7 (“valedor”, más general). La defensa de Jesús es válida porque el pecado, obstáculo para el acceso a Dios, ha sido virtualmente eliminado por su muerte.

Conocer a Dios (3) significa en los profetas practicar la justicia, defender al oprimido (cf. Jr 22,15b-17 LXX; Os 4,1-2; Jn 8,54). Es un conocimiento por sintonía (cf. 2,29); de ahí que no conoce a Dios quien no practica el amor según las exigencias de la realidad que encuentra (sus mandamientos) (3-4). Cumplir este mensaje realiza plenamente al hombre (5). Por eso, el criterio último de conducta está en la vida y actividad de Jesús, que dio su vida por amor a los hombres; el nombre sin título alguno designa al Jesús histórico (6). El pasaje se opone al privilegiado «conocimiento de Dios» (gnosis) de que blasonaban los disidentes, separado del compromiso con el hombre. "Conocer a Dios» no es monopolio de un círculo elegido: todos aquellos que practican el amor a los demás, conocen a Dios.

Amigos míos, lit. «amados». El mandamiento de Dios, el amor a los demás, ha sido imperativo perenne de la humanidad (antiguo) (7), pero ahora es nuevo (cf. Jn 13,34: igual que yo os he amado), por haber sido llevado a su máximo en Jesús y haberse hecho interpelación directa en su persona. La práctica de ese amor es el germen de una sociedad nueva, de una nueva edad (se van disipando las tinieblas, etc.) (8).

Tres tipos: el que dice (9), el que ama (10), el que odia (11). Estar en la luz equivale a cumplir el mandamiento del amor. En la luz (lit. «en ella») no hay tropiezo/no se tropieza, cf. Jn 11,9s. Quien no ama a su hermano no conoce a Dios (está en las tinieblas), lleva una vida falsa, sin rumbo, porque el odio pervierte la mente y la actividad del hombre y le impide proponerse y alcanzar su propia realización. 

sábado, 2 de junio de 2012

PRÓLOGO. 1,1-4.

1  1Lo que existía desde el principio, 
lo que hemos oído,
lo que han visto nuestros ojos,

lo que contemplamos y palparon nuestras manos 
acerca de la Palabra, que es la vida,

2_porque la vida se ha manifestado, 
la hemos visto, damos testimonio 
y os anunciamos la vida definitiva, 
la que se dirigía al Padre
y se ha manifestado a nosotros-
3eso que hemos visto y oído
os lo anunciamos también a vosotros

para que vosotros lo compartáis con nosotros; 
y nuestro compartir
lo es con el Padre y con su Hijo, Jesús Mesías.
4Os escribimos esto
para que nuestra alegría llegue a su colmo.

EXPLICACIÓN.

1-4. Comienzo insólito. No se menciona al remitente ni a los destinatarios; tampoco habrá una despedida (cf. 5,21). Este documento no es una carta en el sentido ordinario, pero tampoco es un tratado; su tono es personal y concreto (cf. 2,1). El escritor supone que sus lectores conocen el Evangelio de Juan o, al menos, están familiarizados con el modo de hablar de las comunidades joaneas. Los términos «la Palabra», «luz», «amor», «vida» no adquieren su pleno sentido si no se conoce el uso que hace de ellos el cuarto Evangelio.

Es notable que el autor utilice en su exposición el género neutro (1: Lo que existía; 3: eso que hemos visto). Esto puede indicar que la vida de que trata no es solamente la que se manifestó en la persona de Jesús, sino también, de modo más general, la que, por su obra, existe y se manifiesta en las comunidades cristianas.

De este modo, el proyecto divino primordial (desde el principio) sobre el hombre se ha hecho perceptible, realizado en Jesús (]n 1,1.2.14) y, en diferente medida, en los suyos; el autor, como miembro de un grupo (nosotros), ha tenido experiencia directa y sensible de su realidad (nuestros ojos, nuestras manos); lo que contemplamos (cf. Jn 1,14) denota una visión que percibe el significado de lo que ve; palparon, cf. Lc 24,39. Esa Palabra, que formula el proyecto y se convierte en mensa contiene la vida (1).

Inciso que justifica la posibilidad de la experiencia anterior y explica la calidad de la Palabra/vida (2). Ésta se ha manifestado y es objeto del anuncio del autor, que reafirma su experiencia directa de ella (la vemos visto); es vida de tal calidad y plenitud que es capaz de superar la muerte física (la vida definitiva). Esa vida, en cuanto palabra/proyecto se dirigía al Padre, fuente de la vida; en cuanto presente en Jesús y en los suyos, se ha manifestado.

Terminado el inciso, enlaza con v. 1. Eso que hemos visto y oído (3), resumen que insiste en el testimonio personal que funda el anuncio cuyo propósito es que el autor y sus destinatarios compartan esa vida el término gr. koinônia significa un compartir activo, por parte tanto del receptor como del dador. No sólo eso, esa vida se comparte con Dios Padre y con Jesús; «la vida definitiva» es la vida divina, el Espíritu de Dios. Padre, denominación de Dios propia de los que tienen la experiencia de ser «hijos»; su Hijo, igualdad con el Padre (Jn 1,14); Jesús, realidad histórica; Mesías, ungido con el Espíritu y encargado de una misión salvadora.

La carta pretende asegurar esa comunidad de vida, que colmará la alegría del autor (nuestra, l.v. más probable que «vuestra-) (4); se adivina que éste siente cierta preocupación y quiere asegurar la unión de este grupo con él, estimando ser ésta la única manera de que la tenga con Dios y con Jesús; se perfila la presencia de otros que ofrecen la unión con Dios sobre supuestos diferentes de los del autor (cf. 2,18-28). 

INTRODUCCIÓN. DIVISIÓN.

Dividimos el cuerpo de la carta (1,5-5,12) en seis secciones. Las impares precisan el verdadero sentido de los slogans utilizados por los falsos maestros, interpretándolos como exigencias éticas que desembocan en el mandamiento inclusivo del amor al próji.mo. Las pares atacan directamente la posición de los adversarios.

Prólogo (1,1-4).

I. Dios es luz: Vivir en la luz consiste en amar el prójimo (1,5-2,11).

II. Los enemigos del mensaje: El mundo y los anticristos (2,12-28).

III. Dios es Padre: Es hijo de Dios quien ama al prójimo (2,29-3,24 ).

IV. Los enemigos: Los falsos profetas (4,1-6).

V. Dios es amor: Sólo quien ama conoce a Dios (4,7-21).

VI. Victoria sobre el mundo. La vida (5,1-12).

Epílogo (5,13-21). 

INTRODUCCIÓN. AUTOR.


Desde los primeros tiempos se ha atribuido esta carta al apóstol Juan, que se considera también autor del cuarto Evangelio. El vocabulario y las expresiones de ambos escritos son en gran parte comunes y algunas, como «la Palabra», que aparece en ambos prólogos, son peculiares de ellos.


La carta, sin embargo, aparte la menor agilidad de estilo, se distingue del Evangelio por su concepción más ingenua de la escatología (2,28); por la interpretación expiatoria de la muerte de Jesús (2,2; 4,10); ignora además el papel del Espíritu en el nacimiento del hombre a la vida divina (Jn 3,5-8). Dado que la carta se considera posterior al Evangelio, algunos la atribuyen a un discípulo de Juan, penetrado de la terminología de su maestro.

INTRODUCCIÓN. 2. CONTENIDO DE LA CARTA.

El vértice unificador de toda la carta es el amor el prójimo: amar al prójimo significa conocer a Dios (2,3; 4,8), vivir en la luz (2,10, estar unido a Dios (1,6) y a los hermanos (1,7), no pertenecer al mundo (2,15), tener la vida (3,14), hacer caso del mensaje (1,5.7), cumplir los mandamientos (5,2) y, por consiguiente, amar a Dios (3,17; 5,2), practicar la justicia (3,10b), ser hijo de Dios (4,7; 5,1), obtener el perdón de los pecados (1,7; 3,18-20), liberarse del temor (4,18).

La carta está encerrada entre un prólogo y un epílogo. En el prólogo se trata de la manifestación de la Palabra que es vida definitiva y se anuncia para crear una asociación entre autor y destinatarios que lo sea con el Padre y el Hijo (1,3). En el epílogo se declara que el propósito de la carta es darles la seguridad de que tienen vida definitiva (5,13).

Que la Palabra se identifique con Jesús el Mesías, el Hijo de Dios, como en el Evangelio de Juan, está fuera de duda (1,1;2,13 .14). Y el contenido de esa interpelación de Dios a la humanidad que se verifica en la persona de Jesús no es sino el amor fraterno; la Palabra, que es Jesús, se expresa en la vida de Jesús (2,6) y en su mandamiento (2,7; 3,10-11; 4,21). De aquí el gravísimo peligro que hay para los cristianos en negar u olvidar que Jesús, el que vivió y dio su vida por amor al hombre, es el Mesías, el Cristo, el Hijo y el consagrado por Dios (2,22; 5,1.10;2,20); Cristo glorioso es la fuerza del cristiano, pero el Jesús terrestre es su modelo, y la exigencia de su mandamiento juzga a todo privilegio espiritual.

Dios manifestó su amor al hombre en Jesús y por él ha hecho posible el amor entre los hombres: el cristianismo ha de continuar la obra de manifestación y realización del amor de Dios en el mundo (4,17).

Amor es interés positivo por las personas (3,17-18), es imperativo de justicia (2,29). Quien no vive de esa manera pertenece al mundo, fundado sobre el mal, sobre el egoísmo, la codicia y el alarde (2,15-16); el que no reconoce que Jesús es el Mesías, pertenece al mundo, es cómplice del mundo (4,5), porque la única fuerza capaz de vencer al mundo cambiando la escala de valores del hombre, es la fe en que Jesús -el que se opuso al mundo Gn 7,7), el que fue odiado (3,13; Jn 15,17-18) y asesinado por el mundo- era el Hijo de Dios (5,4-5).

Todo lenguaje espiritualista es peligroso o está vacío de sentido a menos que se traduzca en la conducta (1,6; 2,4; 4,20). La naturaleza del amor es tal que no podemos amar a Dios con exclusión del prójimo (4,21; 5,1). La emoción religiosa que pueda despertar la contemplación de lo divino no merece el nombre de amor, a menos que no incluya un interés por los hombres (4,20), que llevará a la ayuda concreta (3,17-18). El amor, que es la vida definitiva, no puede vivirse más que en comunidad. Si Dios es Padre, hay necesariamente una familia de hijos que viven como hermanos (3,14; 4,12; 5,1-2). Esta es la base de la asociación que es marca distintiva de la Iglesia.


El autor describe más con el propósito de recordar adhesiones fundamentales que de ofrecer explicaciones teológicas. Pero su insistencia en las cualidades de la vida cristiana revela aspectos muy importantes de ella:

Es vida definitiva que se experimenta desde ahora (5,12-13) y que continuará para siempre (2,17) manifestándose en gloria (3,2). El cristiano es ya hijo de Dios (3,1), tiene una semilla divina (3,9), posee una «unción» que le confiere un conocimiento superior (2,20.26) y experimenta dentro de sí al Espíritu que da testimonio de la verdad de lo que cree y de la realidad de su experiencia de Dios (5,10).

Resumiendo: a Dios no se le ve (4,12), se le puede conocer sólo a través de su Hijo Jesús, el Mesías (2,22-23), que es su Palabra (1,1), es decir, su imperativo de amor y solidaridad entre los hombres (2,7; 4,21). Quien cumple ese mandamiento con obras (3,17-18) reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, conoce a Dios (5,1; 4,7) Y tiene la vida (1,1; 3,14; 5,12). Quien no lo cumple está muerto (3,14-15; 5,12), no conoce a Dios (4,8) y el dios que se imagina es un ídolo (5,12). 

INTRODUCCIÓN. 1. OCASIÓN DE LA CARTA.


El autor de la carta, innominado, escribe a ciertas comunidades cristianas que atraviesan una crisis, provocada por un grupo que ha abandonado la comunidad (2,19). Se trataba de carismáticos con inspiración para hablar o predicar (profecía) (4,1), es decir, verosímilmente hombres de nota en la comunidad. Sin duda, habían empezado a proponer nuevas doctrinas en el seno de la misma y, al no conseguir arrastrada, se habían separado, dedicándose al proselitismo entre los paganos, con gran éxito (4,5). Se había producido, por tanto, y quizá por primera vez en aquella región, una ruptura en la unión cristiana, una divergencia en la fe y en la enseñanza. Las comunidades se sentían inseguras (5,13), y a ellas se dirige la carta.

Los falsos maestros son calificados de anticristos (2,18.22; 4,3), o «antimesías», pues su doctrina negaba que Jesús sea el Mesías; se les tacha además de embusteros (2,22) que intentan extraviar a los fieles (2,26), de falsos profetas (4,1), en connivencia con el mundo (2,15; 4,5).

Al mismo tiempo, se jactaban estos individuos de conocer a Dios (2,4; 4,8), de amado (4,20) y de estar en íntima unión con él (1,6; 2,6.9). Eran carismáticos (4,1-3) y pensaban estar completamente libres de pecado (1,8.10). No consideraban importante la observancia de los mandamientos y, en particular, el del amor activo al prójimo (2,4.9.11; 3,7.10-12.17). Tal vez manifestaban odio o violencia contra los fieles (3,13-15).

Los destinatarios, por su parte, han resistido bien a la ofensiva (2,13b.14c; 414; 5,4), aunque el mal influjo aún continúa (2,26; 3,7; 4,1).

La carta, es verdad, carece de forma epistolar. No hay dirección, saludos, ni despedida, Pero, dado el modo de hablar a los destinatarios, no se la puede considerar simplemente como un tratadito sin conexión con circunstancias particulares; parece más bien una carta dirigida a varias comunidades, probablemente de Asia Menor, que atravesaban una crisis parecida bajo el influjo de los mismos propagandistas.

¿Cómo calificar a éstos? Descartada la identificación con Corinto, pues no coinciden sus doctrinas con la de los adversarios combatidos en la carta, éstos parecen haber profesado un gnosticismo rudimentario, de base cristológica (a diferencia del que aparece en Colosenses). Fundamentalmente negaban que Jesús hombre fuera el Mesías, el Hijo de Dios, «leitmotiv» de la carta, y no atribuían valor alguno a su muerte (1,7 con 5,6; 2,22; 4,2-3.10.14; 5,1.5).