Desde los primeros tiempos se ha atribuido esta carta al
apóstol Juan, que se considera también autor del cuarto Evangelio. El
vocabulario y las expresiones de ambos escritos son en gran parte comunes y
algunas, como «la Palabra», que aparece en ambos prólogos, son peculiares de
ellos.
La carta, sin embargo, aparte la menor agilidad de estilo,
se distingue del Evangelio por su concepción más ingenua de la escatología
(2,28); por la interpretación expiatoria de la muerte de Jesús (2,2; 4,10);
ignora además el papel del Espíritu en el nacimiento del hombre a la vida
divina (Jn 3,5-8). Dado que la carta se considera posterior al Evangelio,
algunos la atribuyen a un discípulo de Juan, penetrado de la terminología de su
maestro.
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